domingo, 9 de diciembre de 2012


La Sonia. 

Me es extraordinariamente difícil definir Sonia Mattalia, tal vez porque definir conlleva limitar algo y Sonia jamás me puso un límite a los afectos.

Conocí a Sonia Mattalia Alonso hace casi veinte años. Esto, que puede no parecer tanto, es la mitad de mi vida; de una vida en la que casi todos los días nos vimos, comimos, hablamos, nos angustiamos, lloramos, reímos, nos cuidamos; vivimos juntos.

La conocí en el portal de su casa de Cirilo Amorós. Yo no sólo estaba colado hasta los huesos de su hija, sino que ya había conseguido la categoría de novio, lo cual me costó mucho conseguir y me tuve que emplear a fondo, como debe ser. En ese primer encuentro nos pilló despidiéndonos desesperadamente a su hija y a mí. Entró, me sonrió y me dijo: - Así que tú eres el famoso Jose- nos dimos un beso, encaró la escalera, se giró, me volvió a mirar y me dijo: -Tengo para hacer espaguetis carbonara ¿Te quedas a cenar?-. Yo, que contaba con 19 años y poca experiencia en casi todo, le dije: -No gracias, tengo que cenar en casa-. No obstante, Sonia ya me había inoculado el virus de los afectos; a la segunda invitación acepté, y ya no me tuvo que invitar más veces porque ya no dejé de ir, nunca.


Se le cayó una casa e invadió la mía. En cambio, yo me apropié de sus veranos Calpeños. Me pidió que le pusiera una pinza (sí…de las de tender la ropa) en la enorme raja de su relavado camisón roto que dejaba ver todas sus hermosuras, porque subía por el ascensor el maromo que le gustaba. Nos perdimos en un viaje Valencia-Calpe (por la nacional) y acabamos tomando café en una gasolinera hablando de los montoneros. Me pidió mil veces que le encontrara el mando a distancia de la tele que se lo dejaba sin remisión en el baño. Me preguntó otras tantas mil veces qué había pasado hoy en el mundo (así me preguntaba). Me animó a vivir la vida, a estudiar, a tener metas, horizonte. Me enseñó a ser mejor persona.

Me reí mucho con Sonia. También me reí mucho con Sebas, de Sonía. Le aplicábamos el "coeficiente Mattalia" para corregir sus exageraciones, que las cometía.

Me ayudó. En todo. En todo lo que le pedí, que no fue mucho porque ella me lo daba a veces sin yo pedirlo explícitamente. Me dio, o eso creo, a su hija. Mi mujer.

Cuando venía su hermana, La Gladys, estaban siempre la primera noche deseosas de sentarse en los dos sofás azules a cascar hasta la madrugada. Yo siempre me despedía diciendo que cada dos horas bebiesen un poco de agua para hidratar a la sin hueso.

Mujer valiente, exiliada, política, filóloga, madre y regular cocinera. Ésa era Sonia Mattalia, aquella a la que no sé definir porque fue mucho para mí, aunque ella me presentó en muchas ocasiones y por diversos motivos como su hijo.

Tal vez, y con permiso de los otros míos, ella me dio la definición de lo que era para mí.

Hasta luego, Sonia.